MANIPULACIÓN EN EL MANDATO GENÉTICO DEL CANTO
Sabido es que los sonidos que emiten los animales en el intercambio expresivo con sus congéneres son exclusivo de cada raza y variedad, como un lenguaje o idioma que distingue notoriamente a unos de otros y que, en la inmensa mayoría de los casos, comprende tonalidades, giro, pausas y características que no puede repetir los individuos de otras razas. Es el mandato genético de la voz que, por ejemplo, hace que un gato no pueda ladrar ni un perro maullar, sino todo lo contrario y, de igual manera, marca las sensibles diferencias entre el canto de un ruiseñor, de un pardillo, de un jilguero, un verdecillo o un pinzón común, por citar algunas diferenciaciones puntuales.
Esto es evidentemente así hasta el extremo de que, en casi todos los casos, un animal cualquiera separado, en el mismo momento de su nacimiento, de sus padres y de su medio, y criando en absoluta imposibilidad de que oiga sonido alguno de sus semejantes, más tarde o más temprano en el trascurso de su crecimiento aislado, romperá en la emisión exacta de esa voces de llamada, de riña o de alerta que le llamada, de riña o de alerta que le son propios.
He dicho <<casi>> siempre, para la fiabilidad de la regla, y ello porque, claro está, exiten excepciones. Sin apenas profundizar en el tema, puede decirse que esas excepciones se localizan en el mundo de las aves y, dentro de ésta, más concretamente en las de éstas, más concretamente en las diversas razas canoras, encontrándonos aquí con verdaderos imitadores de los cantos de cualesquiera otras razas.
Así, es conocido el <<camuflaje>> de voz que hace el alcaudón real para poder cazar a sus presas. Personalmente he estado en varias ocasiones oyendo a un pariente cercano de éste, el alcaudón común, carta estática a su hembra que incubaba próximamente y, más que un canto propio (aunque dentro de una escala y características especiales) lo que hacía era imitar a cuantos pájaros sobrevolaban su otero desde la golondrina al jilguero o la cogujada.
La calandria común (llamada alondra por muchos, erróneamente) es otro ejemplo de parecidas en este tipo de canto que podríamos definir como <<políglota>>, el cual entona ella mientras vuela, con lentitud sos tenida, sobre el paraje de su ámbito.
Desde su solitaria atalaya en los hábitats semidesnudos de vegetación que prefieren, el macho de la collalba rubia lanza al aire un repertorio de curiosísimas imitaciones de cantos de otras razas, mientras que su hembra dormita, febril, en el nido ubicado en la grieta u oquedad de algún breve y pedregoso talud.
El canario, nuestro canario doméstico, es también un magnifico imitador que, si se le rodea de las condiciones necesarias y a su debido tiempo, llega a copiar los trinos de muy diversos pájaros. Mi primera experiencia sobre esta cualidad del canario la tuve hace ya muchos año, en el luminoso y bíblico pueblo de Tharsis, cuando regalé un ejemplar macho joven a un amigo que residía permanentemente en el campo. Al cabo de unos meses, en la primavera—verano siguiente, volví a casa de este amigo y mi sorpresa fue mayúscula cuando oí aquel pajarillo amarillo que, desde una pequeña jaula, lanzaba los más raros trinos, pero de manera ligada y biensonante. No podía creer que se trataba de <<mi>> canario, ¿Qué había pasado allí? Pues sencillamente que, al no tener <<maestro>> alguno de su raza, los cantos del campo habían servido de <<escuela>> para él. Yais formaba en sus melodías una mezcolanza bonita de totovía, golondrina, jilguero y, algo mucho más difícil, de estornino, ya que una pareja de éstos había anidado en el agujero del tronco de una vieja acacia, situada en las proximidades, y el macho alegraba todo el paraje con sus silbos potentes y diáfanos.
Esta y otras agradable sorpresas con el canto del canario me animaron a llevar a efecto un ilusionado experimento (hace ya más de quince años) que sintetizo seguidamente.
Aunque contaba por aquel entonces con unos treinta y tantos ejemplares machos, adultos, fruto de larga y buena selección, y de entre dos y cuatro año de edad, corté radicalmente la cría a principios me deshice de todos esos <<padres>> a un tiempo. Los jóvenes los jóvenes los dejé, unos agrupados y otros alojados individualmente (pero todos a la luz, sin tapar) en un amplio salón de 9% m, por 4% m. con el que por entonces contaba.
Tenía yo un gran jilguero <<grosblanc>> que hacia las delicias de cuantas personas me visitaban, tanto por su gran porte, tamaño y colorido, como por la insistencia de su bello canto. Coloqué este jilguero, en su jaula, en una de las esquinas del salón yen la opuesta un magnifico pardillo (que al año siguiente me crió catorce mixtos con una canaria gris) que entonaba sus inigualables melodías durante gran parte del día. En el centro de este cuarto, colgada su jaula del techo, puse un extraordinario pinzón común. Y nada más; las bases quedaban así puestas y, aíra, ¡ a esperar! ¿Qué pasaría?
Cuando los canarios jóvenes del año comenzaron a repasar, aquello fue una delicia. Yo permanecía horas enteras oyendo y, tan pronto como percibía notas de canario, localizaba al que las producía y lo retiraba sin demora.
Puedo decir que el resultado mereció todos mis esfuerzos, sacrificios y constancia. Cualquier entendido que visitase mi parejera quedaba entusiasmado oyendo lo que hacían aquellos canarios con sus gargantas.
La mezcla era un deleite para el oído y, aunque se percibían claramente las notas de jilgueros de pardillos y de pinzón, la continuidad y enlace que el canario aportaba a todo aquello, junto con sus mejores condiciones de nitidez y potencia, lograban un concierto verdaderamente único.
Eso fue todo porque, dos temporadas después, y ello a cabo con ensayo, que mis canario, poco a poco, fueron regresando a los trinos propios de una raza, toda vez que el canto que les <<obligue>> a adoptar, por lo visto, no había quedado aún consolidado aún consolidado, en tan escaso tiempo, en la memoria genética.
Actualmente no poseo las condiciones necesarias de espacio y aislamiento como para repetir aquella inviable empresa, pero me tengo prometido a mi mismo que, en el momento en que pueda conseguir ese entorno preciso, me lanzare sin demora hacia la consecución de aquel maravilloso canto en mis canarios. Al menos sé cómo hacerlo y la esperanza está intacta….
Por Dona Manuel Cárdenas García